Durante los dos años que estuve en Magdalena, pude hacer muchas veces el
precursorado auxiliar o de vacaciones, no recuerdo como se llamaba en aquel
entonces.
Lo hacía escribiendo cartas a la noche, con la luz de un farol casero: un frasco
vacío de mermelada con un pedazo de media de algodón. Escribía un par de cartas
por día, trataba de no copiar una de otra.
Así que se las entregaba alguno que salía de franco, a alguna visita o cuando yo
salía cada tanto. Era cuestión de llevarlas bien escondidas.
Y estas las entregaban en los buzones de algunos edificios. Aunque en realidad
nunca pedí o firmé una solicitud, así que no se si alguna vez haya figurado como
precursor en la congregación de La Plata.
Pero me sentía igualmente feliz de poder hacerlo con el corazón. En lo personal
eran momentos muy difíciles con muchos problemas familiares.
Sin embargo encontraba un gran alivio escribiendo cartas sabiendo que tal vez
podían consolar a otros.