Objetores de conciencia en Argentina

Relatos: La incorporación

“Haces el servicio militar o ¡te vas de casa!
FISCHMAN, Fabián Benito, Clase 1962.


“Haces el servicio militar o ¡te vas de casa!” Con esas palabras mi padre quiso amedrentar mi resolución de servir a Jehová, desde luego que tenía confianza en que el no me dejaría, pero me preguntaba cómo sería mi vida después de aquello.

Esas palabras resonaban en mi cabeza los meses anteriores a la presentación para el servicio militar.

Primera llamada para alistarme. Cuando me presento como Testigo de Jehová algunos se sorprenden preguntándose “¿que es eso?” Otros sabiendo quienes somos trataban de convencerme de hacer el servicio un año y luego “continuas con tu religión, mirá que te pasas más de tres años adentro” me decían.

Esa misma tarde me mandan con un contingente al aeropuerto de El Palomar y a la madrugada rumbo a Río Gallegos, al llegar me encuentro con hermanos que estaban presos ya algún tiempo. ¡Que animador resultó aquello! Porque ellos me animaron a tener confianza en mi resolución de mantener integridad.

Después de presentarme como testigo y las amenazas de costumbre me dicen que me van a enviar de regreso a Buenos Aires, para ser incorporado más adelante en otra unidad militar.

Esto sucedía porque las unidades militares evitaban tener Testigos de Jehová entre sus incorporados, porque había algún tipo de orden secreta que restaba puntos a las unidades o para ascender a los que no hubieran podido hacer transigir a un TJ. Por eso los que tenían algún tipo de contacto con los distritos militares trataban de canjear los testigos por otros soldados.

De vuelta en Buenos Aires, una nueva incorporación, esta vez en la Escuela de Suboficiales Sargento Cabral, allí la presión fue constante, me llaman a la oficina de un oficial y como él era de religión judía quería presionarme por ese lado ya que mi apellido tiene ese origen.

Pude darle un muy buen testimonio tanto a el como a dos oficiales que estaban allí. En ese momento me entero que también me sacaban de esa unidad para una nueva incorporación, ¡la tercera! Y otra vez pasar por lo mismo, enfrentarme a los superiores, otra vez los insultos, los agravios, las presiones.

Me preguntaba si sería la última.

Y así fue, me trasladaron a la Prisión Militar de Encausados en Campo de Mayo.

Allí estaban alojados todos los hermanos hasta la espera del juicio, a los 8 meses me trasladaron ante el Consejo de Guerra en la calle 25 de Mayo en CABA y la condena fue de 3 años y un mes.

Paradójicamente mi defensor utilizaba como argumento para la defensa la acusación a mi madre por haberme lavado la cabeza para que aceptara estas creencias.

De vuelta en la prisión, los hermanos tratábamos de fortalecernos mutuamente y no decaer en sentido espiritual mientras pasaba el largo tiempo de condena.

En la prisión organizábamos las reuniones tal como en las congregaciones, amorosamente Ancianos de una congregación cercana (Hurlingham) nos atendían y nos daban guía y dirección.

Durante esa etapa, en el año 1982 estalló el conflicto armado por un conjunto de islas en el sur argentino, llamado la Guerra de las Islas Malvinas. Cuanto agradezco haber mantenido la neutralidad cristiana, ya que todos los que mandaron a Río Gallegos fueron al conflicto bélico y muchos perdieron la vida.

Mi última parada fue la prisión de Magdalena. El último año de detención fue en este penal que era más estricto, en aquel momento éramos más de 400 hermanos presos, recuerdo las reuniones que se hacían en las celdas y tan pequeñas, llegábamos a juntarnos 15 o más, con sistema de vigilancia de los hermanos ya que no estaba permitido, y debíamos ocultar las publicaciones estratégicamente, todo un sistema bien organizado.

Llegó la libertad. Pasaron tres años y 4 meses pero valió la pena, mi fe se refinó, así como la de tantos otros compañeros.

A varios de ellos suelo verlos y me da una gran alegría saber que siguen firmes en la verdad.

Estar detenido no es agradable, pero como dijo el amo, “No tengas miedo de las cosas que estás para sufrir”. Rev 2:10

Ya han pasado 35 años de aquéllos momentos, pero sido a un privilegio haberle mostrado a Jehová que ante las pruebas se puede ser leal.

Concuerdo con las palabras de Job. “Hasta que expire, no quitaré de mi, mi integridad”