Objetores de conciencia en Argentina

Relatos: La incorporación

La paz de Dios supera todo pensamiento.
PONTI, Gustavo Alejandro, Clase 1962.


Quiero comenzar mi relato retrocediendo a un día antes de ser incorporado en el Distrito Militar de La Plata.

El domingo 4 de enero de 1981 me bauticé en símbolo de dedicación a Nuestro Dios Jehová. Junto a otros queridos hermanos nos bautizamos en el Salón del Reino ubicado en la calle Balcarce 953 de Ezeiza. Era una ocasión especial, pues el Salón estaba clausurado porque estábamos en proscripción.

Como faltaban unos dos meses para la Asamblea donde se llevarían a cabo los bautismos se había hecho este arreglo especial, pues le había comentado a los ancianos que deseaba bautizarme y así establecer con Jehová un pacto de Fidelidad.

El día 5 de enero finalmente fui incorporado en el Distrito Militar de La Plata, donde declare ser “objetor de conciencia”. Enteradas las autoridades militares de esta novedad trataron persuadirme a cambiar de actitud. Al mantenerme firme en mi decisión, se decidió retenerme en las barracas del mismo distrito junto a la tropa de soldados de la clase anterior.

Desde el Distrito Militar de La Plata, me enviaron a varios destinos, incluso me subieron a un avión en El Palomar para enviarme al sur, pero finalmente desistieron. Vez tras vez me rechazaban en las distintas unidades y de nuevo me devolvían al Distrito Militar de La Plata.

Poco después conocí a Jesús Hernández, quién también por motivos confesionales se encontraba detenido. Transcurriendo los días ambos fuimos llevados por un Suboficial a un lugar aislado dentro del mismo distrito. El objetivo del militar era que cambiáramos de idea, ante nuestra negativa desenfundó su arma y apuntándonos a la cabeza dijo que nos mataría si nos seguíamos negando a hacer el servicio militar. Al negarnos y el insistir, le respondí que si nos mataba le pesaría en su conciencia. Secamente nos respondió “que no tenia conciencia y no le importaba…” a la que vez blandía su arma y decía improperios para atemorizarnos.

Seguimos con nuestra postura y argumentamos que su familia sería la afectada, pues el iría preso por haber matado a dos ciudadanos. Igualmente como no entraba en razones y nos seguía amenazando pero ahora de forma mas agresiva, le dijimos que pasara lo que pasara confiábamos en Dios y en que Jehová nos podría traer nuevamente a la vida en el futuro.

Enardecido de cólera nos apuntó y sentimos el chasquido del arma, luego de un interminable silencio, seguíamos de pie y con vida.

A continuación desistió, nos mandó a las barracas y nos dijo que nos olvidáramos de lo sucedido.

No voy a negar que en aquella ocasión el corazón me latió aceleradamente y que siempre me preguntaré si el arma estaba cargada o no. Pero algo que siempre recordaré es el valor que tiene la oración y agradeceré a Nuestro Padre Celestial la paz que me invadió en esa situación. (Filipenses 4:6,7)